Hace años que no escribo sobre la esclavitud laboral, y es que no es tanto que no me queje, ya me quejo, pero ahora me quejo por otras cosas.
Dicen que todas las relaciones, ya sean personales o laborales duran tres años, que el primero es el de la curva de aprendizaje, el segundo es el mejor desempeño y el tercero comienza el debacle.
En mi caso es curioso, no suelo aguantar tanto en un trabajo, es decir, lo más que he aguantado han sido tres años, y eso porque más me valía aguantar el último rato antes de mudarme a Guadalajara.
En el trabajo actual no tengo tantos problemas, no hacen tantas jaladas, de hecho me llevo bien con mis jefes (a excepciones, pero generalmente bien). El único pero que le encuentro es el tema de la cobranza, algo que no debería formar parte de mis funciones, pero lamentablemente no hay otra opción. Entre eso y que este año la temporada pesada estuvo pesada...
El caso es que llegué a ese punto en el que me siento hastiada pero no tengo muchas razones para estarlo, tal vez sea tiempo de cambiar de trabajo, pero por otro lado, este trabajo tiene sus cosas buenas, es decir, ya tengo una rutina perfecta para la semana, la cual se vería afectada si cambiara de trabajo, y eso, me estresaría aun más...
Entonces, ¿qué es lo que le hace falta a este trabajo? No sé si al final de cuentas estuve tan acostumbrada a las jaladas que ahora las necesito para echarle saborsito a esta vida de esclavitud laboral y sea esta falta de bilis la peor de las torturas.
Ya no sé si era bueno e inspirador enojarse varias veces al día y entrar en modo Godinez para escribir en mi blog todo lo que me pasaba.
Escuchando: Nirvana - Come as you are
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